Las pequeñas y medianas empresas son el motor de las economías globales, la gran mayoría fruto del crecimiento y la profesionalización de autoempleados que supieron hacer bien las cosas y quisieron avanzar al siguiente nivel, persiguiendo sus sueños y dispuestos a dejarlo todo. Con niveles de inversión medios y estructuras de tamaños diversificados, en líneas generales son las que más sufren los vaivenes económicos y los cambios en las políticas de comercio internacional. Dirigir una PyMe es un trabajo muy duro de por sí y mas aún si es familiar, donde la toma de decisiones está influenciada por vínculos sanguíneos.

Etiquetar un emprendimiento como “Startup” implica una visión clara del futuro cercano de un proyecto que es fácilmente escalable y que impulsado por tecnología se convertirá en una gran empresa. Todos los días miles de personas sueñan con ser el próximo Mark Zuckerberg o Steve Jobs a partir de lo creen que es un gran invento o una gran idea. La verdad es que una startup es posible y una gran idea, realmente puede ser una “gran idea”, pero que te conviertas en un mega millonario de Silicon Valley en un par de meses, sería como comprar un boleto de lotería y esperar ganar el premio mayor. Estos emprendimientos, suelen morir en manos de la arrogancia de sus fundadores, que son grande expertos en determinada materia, pero que no tiene la capacidad de materializar sus sueños con una buena gestión y trabajo en equipo.